Iván Rojel Figueroa - Escritor
Algunos trabajos
En esta sección se comparten algunos trabajos del autor
Sonetos del libro "Los Párrafos del Sol"
BOSQUEJO APUÑALADO
No solo pude darte mis complejos
y mis dentados filos destructores,
también, a veces pude darte amores
y ser caricia sobre tus reflejos.
Yo te sostuve, no contadas veces,
en el convulso invierno de tu llanto,
y fui esperanza, en vez de ser quebranto,
en el desastre de tus martes treces.
Yo nunca supe si te habré querido,
si fui el pilar de tu precioso olvido,
si fui una rima muda de tu vida.
Solo no quiero ser el mal recuerdo
que te transita con su paso lerdo,
ni el arquitecto de tu gran herida.
LA IDEA
Abre la idea sus escaparates
para embriagarme de tortuoso vino,
tiene un contorno alado y serpentino
que me reduce el alma en sus embates.
Con una espesa rama de locura
me sintetiza el centro del quebranto
y se rebela a convertirse en llanto,
la transparencia de su nervadura.
Yo me percato de su antagonismo
negando todo ese protagonismo
que pone a prueba mi imaginería.
Y me hago inmune a su desdoblamiento
mientras ignoro, sin resentimiento,
la barahúnda de su artillería.
LA PLUMA
La pluma tiene corazón de viento
solo por ir viajando eternidades,
y el viento viene con sus soledades
y con la lluvia llora de contento.
Un germinal mojado de rocíos
pierde sus alas en la blanca estepa,
para que el suelo maternal lo sepa
se desarraiga de sus vasos fríos.
Y anda en la pluma, cual rumor que hiere,
una constante brasa, que no muere,
con muchas flores que parecen una.
Mientras el alma de la brisa fría
y el corazón vital de una poesía,
siempre coinciden en la misma luna.
Iván Rojel Figueroa
Algunas décimas del libro "Al Sur de las Décimas"
ATAJOS
Atajos que me llevaron
desde una lluvia a un color.
Atajos de agua y verdor
que en su crisol me guiaron.
Atajos que me mostraron
el río y el colibrí.
Atajos que percibí
viendo al invierno por dentro.
Atajos que ahora no encuentro
para alejarme de ti.
BOSQUEJO INDELEBLE
Cuando insomne y ataviada
con tus alhajas lunares,
cruzaste cumbres y mares
para darme tu mirada,
abrí la puerta callada
a tu promesa total,
y en la fracción primordial
de un ramo de poesía,
nuestra historia parecía
una paloma inmortal.
Fui tu genio y tu poeta.
Tu horizonte y tu guarida.
Tu incalculable medida.
Tu vida, tu sol, tu meta.
La indumentaria secreta
que usaste con desenfado.
Y en el tramo apasionado
de vida que nos llenaba,
nuestra historia se miraba
en un espejo plateado.
Tanto tratar con rosales
y combinar corazones.
Tanto pintar ilusiones
en lienzos de vendavales.
Tanto abrirle ventanales
a la primavera fina,
se despertó la neblina
y en su ampuloso donaire,
nuestra historia tuvo el aire
de una llama submarina.
Quise corregir la vida
como lo hice con tus versos.
Vi los pétalos dispersos
de aquella flor tan querida.
Tan opaca y resentida
la realidad rechinaba.
Y cuando el verano hablaba
con su florida molestia,
nuestra historia fue una bestia
que en la intemperie temblaba.
Y hoy que el amor se retira
como un animal herido.
Hoy que un sentir destruido
desde una muerte nos mira.
Hoy que la musa y su lira
no se traga nuestros cuentos.
Hoy que sombríos tormentos
afinan su desempeño.
Nuestra historia es solo un sueño
quebrado hasta los cimientos.
CARNAVAL
Al frente andaba el verano
que regalaba jardines
y todos los bailarines
se tomaban de la mano.
Ardía un cuarzo liviano
en las doradas simientes,
y a pesar de las vertientes
atrás, como un pergamino,
crujiendo andaba el destino
que destilaba serpientes.
Florecían corazones
como rosas coloradas.
Las manos entrelazadas
temblaban con las pasiones.
Pero en otras direcciones
palidecía el estambre.
El dolor tenía hambre
y un corazón torturado
se vaciaba degollado
por las púas de un alambre.
La vida andaba de gala
por los salones de mármol
y caía muerto un árbol
para elevar una escala.
La injusticia con su bala.
Los sueños con su bandera.
Esa trágica hilandera
que es la mentira brutal.
La verdad con su caudal.
La muerte con su arpillera.
El silencio era más fuerte
que el grito más poderoso.
El río más caudaloso
era el de la sed inerte.
Y cuando la heroica suerte
regalaba sus semillas,
desde sus mismas costillas
la tragedia se asomaba,
del agua las ocultaba
y se escapaba en puntillas.
Todo estaba calculado
en los rayos de la rueda,
y en esa misma moneda
el tiempo estaba acuñado.
El sol brillante en un lado.
Al otro tal vez la luna.
La resentida fortuna
con su bipolaridad.
La fiel creatividad
que desconoce su cuna.
Todo se complementaba
en una dura amalgama,
que parecía una flama
azul que se sustentaba.
La maquinaria engranaba
su fina relojería.
Y el alma solo quería
llegar entera a su meta,
en los trazos de un poeta,
que hería la poesía.
Iván Rojel Figueroa
Algunas Décimas del libro "Décimas Australes" publicado el año 2019
Tú
En la luna a veces te hallo
puliendo su platería,
otras eres la vigía
de las razones del rayo.
Dictas el sereno fallo
que enciende rojas auroras.
Sus dudas conmovedoras
el tiempo pone en tus manos
y cuelgas hilos livianos
en las lluvias que elaboras.
Te disgregas en la vida
tan serena y atareada,
hilando la madrugada,
dejando la luz pulida.
La arquitectura dolida
del amor suele raptarte.
La belleza te reparte
por cardinales profundos
y habitas en tantos mundos,
que a ratos no puedo hallarte.
Gotas
Gotas que caen profusas
sobre cristales helados.
Diamantes desparramados
vaciando luces difusas.
Gotas que en escaramuzas,
se unen, deslizan, accionan,
laten, se biparticionan,
zigzaguean, se atropellan.
Perlas de agua que destellan
y con el viento detonan.
Gotas que en solo un segundo
hacen trizas un verano.
Gotas de un llanto lejano
que aterriza sobre el mundo.
Gotas de un sol vagabundo
que se ocultó avergonzado.
Gotas de un clima abortado
que aplastaron las derrotas.
Gotas que devoran gotas,
con un torvo desenfado.
Gotas que enjambran la tarde,
trayendo la desazón.
Sumergiendo un corazón
que sucumbe sin alarde.
Gotas de fuego en que arde
la esperanza que cayó.
Mar de gotas que no vio
que la vida se fue andando.
Gotas rojas señalando
que la muerte ya llegó.
Reloj
Tiempo perdido en dolor.
Tiempo perdido en violencia.
Tiempo bruto sin paciencia.
Tiempo iluso de candor.
Los tiempos de antivalor
malgastaron mis edades,
y hoy encuentro vaciedades
donde reina con razón,
la colosal prescripción
de las oportunidades.
Iván Rojel Figueroa
Poema Ganador Primer Lugar Nacional Concurso "Larrahona Kasten" de la Sociedad de Escritores de Valparaíso, el año 2018. Pertenece al libro "Odas Naturales".
ODA A ELLA
Ella, tenía los ojos tan profundos,
que cuando me miraba,
tenía miedo de caerme adentro.
Nunca se lo dije
y me quedé fuera de ella,
mirándola pasar.
Ella tenía una extraña
afinidad con mi tristeza.
La atraía, tal vez, esa obsesión
de páginas floridas
y caminaba a mi lado,
como una metáfora radiante.
Yo, la miraba de soslayo,
sin entender por qué
me acompañaba,
por qué gastaba el tiempo
en mi demora,
por qué volvía siempre
a mi apatía,
por qué, veía en mí cosas brillantes,
que yo mismo
nunca vi.
Persistió y persistió muchas jornadas,
descorriendo el telón
de mi tragedia.
La vi hacendosa,
despejando sombras,
abriéndome balcones.
Yo, sumergido
en mis espectros,
la vi a veces pensativa,
enseñándole a las flores
la belleza,
jugando a mi lado con las lunas.
Y yo, cobarde, solo la dejé pasar
radiante por mi vida.
En ocasiones,
la miraba sonreír
y el día abría las alas,
como una mariposa.
Me miraba y me trizaba todo.
Me rozaba,
y sentía que el mundo
se derrumbaba dulcemente
ante sus ojos.
Yo era una torre vacilante.
Me conformé con saber
que ella era hermosa,
y un día cualquiera,
la perdí,
aburrida de mis distracciones
y mis páginas,
derrotada por mis muros
y mis dudas.
Siguió sin mi, como una estrella.
Se fundió a los pétalos,
a las cintas transparentes
de la brisa.
Dejó abiertas todas las ventanas
y las puertas,
para que me hicieran trizas
las navajas
del frío,
para que nunca dejara
de pensarla,
para morir cada minuto
en la penumbra.
Me dejó y se llevó
todos los soles.
La siguieron todas las estrellas
y las lunas.
Me dejó, ahogado de eclipses
y de culpas.
Le firmó los permisos
a la muerte,
para herir, acuchillar,
segar mi alma.
Huyeron de mí todas las risas.
Ella quiso arrancarme
de mí mismo.
Rescatarme de mi turbulencia.
Ella, me esperaba
y yo me conformé
con contemplarla.
Ella se fue
y allí quedé,
convulsionado,
sin sus ojos,
escarbando impunemente,
en la medida miserable
de mis prosas,
en la métrica terrible,
de la soledad más desalmada;
escribiendo y describiendo
de mil formas,
el pecado imperdonable
de dejarla ir.
Poema Ganador Primer Lugar Nacional en "Historias de Nuestra Tierra" 2017. Pertenece al Libro "Rimas de fogón"
MÁS ALLÁ DEL NIDO
Un día le vi mirando
Las blancas cumbres lejanas
Y supe que se acercaba
El momento de su marcha
Estaba tan concentrado
Que casi no parpadeaba
No oyó cuando me acerqué
No supo que lo miraba
Solo escuchaba esa voz
Serena que lo llamaba
Esa que yo escuché un día
En mi huerto de labranza
Esa que me dijo mira
Hay un futuro que aguarda
Más allá de todo el monte
Y todas las alambradas
Y prendido de su acento
Cabalgando en su llamada
Sueños y pilchas al hombro
Dejé mi ranchito un alba
No pude dejar de verme
En él aquella mañana
Con tanta paz descansando
En su figura callada
Por eso cuando me dijo
Pude sujetar mis lágrimas
El nido nunca ha de ser
Barrera para las alas
Lo vi perderse a los lejos
Sueños y pilchas cargaba
Dejo detrás todo el monte
Y todas las alambradas
Se fue junto con los teros
Que tras el sol se marchaban
Los teros ya regresaron
Cuando se murió la escarcha
Se van y vuelven después
Se van, regresan, se marchan
Siempre vuelven al potrero
Donde rompieron la cáscara
Él volverá alguna vez
Alguna vez de mañana
Los teros darán al sol
Su viejo grito de alarma
Y yo veré su figura
Cruzando la vega larga
Más acá de todo el monte
Y todas las alambradas
Poema Ganador Primer Lugar Regional en "Historias de Nuestra Tierra" 2015. Pertenece a un libro que está en proceso y que se titula "Magallanes, visiones breves de una historia".
SANTIAGO ZAMORA
Zamora, fue el padre
de todos los baqueanos.
Perdió lo dedos en la pampa,
al contacto terrible,
de los baguales de ojos rojos
Se hizo sur y canto.
A los 92,
desafiaba todavía las auroras,
revestido de la piel del ventarrón.
Era mata arisca y negra.
Brumosa amanecida.
Brutal racha.
Color de sombra,
Piel de coironal.
Cruzó los límites
de los arcoíris sureños,
con dirección a cualquier sitio.
Rastreó las huellas de los pumas
y de los vendavales.
Escuchó el dialecto del viento y
se vistió de blanco frío cimarrón.
En la cartulina blanca,
de la pampa nevada,
marcó sus iniciales,
a cascos de caballo.
Su silueta fue alarma de los teros,
en interminables cañadones
y lagos y ríos,
guardaron su reflejo,
en la memoria otoñal
del austro viejo.
Zamora pasó en silencio,
por el reino del guanaco macho.
Fue bienvenido
en los dominios del Aonikenk,
y fue llamado hermano,
por caciques colosales,
que arreciaron en la historia
como temporales.
Zamora fue latido inolvidable
de los tiempos viejos.
Fue una luz indeleble, en la bruma
de aquellas distancias
inabarcables.
Y así cayó a su ley.
Después de señalar
todas las huellas.
Después de domar
todos los potros.
Después de trenzar
todos los lazos.
Después de dejar
su dígito indeleble y criollo,
como una estela de códigos,
para las glorias futuras
de futuros exploradores.
Generoso Zamora,
dormido Zamora.
Zamora, en el vaivén
de una brisa indecisa.
Zamora en el último camino.
Zamora baqueano de baqueanos.
Lo hallaron muerto
cerca de Laguna Blanca.
Tendido sobre el verde desteñido
de la piel pampeana.
Como una hoja seca
a punto de elevarse.
Como una rama
desangrada y derribada,
por la imprudencia
paternal del viento.
Como el epílogo de un libro
amarillento, que se cierra.
Zamora, dormido Zamora
Zamora baqueano de baqueanos…
Cuento ganador Primer Lugar en Concurso de Microcuentos “Cielos del Infinito” el año 2011
EL INSUPERABLE
Pérez miraba con rabia a Mora, que otra vez le había ganado el premio al mejor Ovejero Anual. Desesperado por superarlo, una Noche de San Juan, esperó las 12 bajo el sauce del puesto, con el corazón saltándole en el pecho. A la hora justa repitió como si masticara las palabras: ¡quiero ser el mejor ovejero de la Patagonia, ser hábil, resistente e insuperable! Enseguida percibió un calor en todo el cuerpo y se sintió optimista y muy lleno de energía. Corrió hacia la pampa mientras pensaba jubiloso: ¡funcionó, funcionó, me siento mejor que nunca! Entonces notó que iba corriendo a cuatro patas y la realidad lo golpeó con su rebenque, mientras soltaba una exclamación mental, ya que no podía articular palabra.
-¡Por la pucha madre, me convertí en un perro!-
Iván Rojel Figueroa
Cuento ganador, Segundo Lugar Nacional en el Decimonoveno Concurso Literario “Historias de Nuestra Tierra” del Ministerio de Agricultura, el año 2011. Pertenece al libro "El Filo del Viento"
VIENTO BLANCO
Soy un ovejero, ni más ni menos. Mi trabajo es simple y al mismo tiempo lleno de dificultad, casi como un pergamino. Recorro el campo vigilando los blancos algodones de los rebaños. En época de parición las ovejas infladas y torpes ponen a prueba mi paciencia hasta el extremo. Puedo ser bueno o malo, bajo a los santos a veces, soy el maestro de mis perros, les hablo en códigos de silbidos y ellos que por naturaleza son más inteligentes, me entienden, pero yo rara vez los entiendo.
Soy eso, un ovejero de destino patagón. Mi trabajo es mi modo de vida, mi todo, mi credo.
Y no estoy exagerando
Se levantar una oveja caída, acomodarle la panza, se carnear un capón o un cordero, se enlazar, ensillar, afilar un cuchillo, rastrear, sobar los cueros, cebar mate, hacer pan, cocinar un asado o un puchero, se soñar, componer el alero del rancho, amar, encerrar la tropilla y cuando nadie me ve hasta se llorar en silencio.
Y soy más.
Un aplomado centauro que siente en el sudor del caballo la hermandad perdida de la especie, esa hermandad con la naturaleza que en las ciudades enterró el progreso. No sabría como vivir allí y admiro a los que pueden. Yo me quedo, me quedo cada tarde frente a las líneas del alambrado, que parece un pentagrama sin notas. Silbando alguna copla me imagino que el viento arrasa con todas las cercas y la pampa es abierta y libre para que yo corra.
Pero la lógica contradice mi sueño y entonces pienso- Sin alambrados yo no existiría. No habría estancia, ni menos ovejas….
A veces pretendo ser un genio.
Pero ya sé que solo soy un gaucho con una pila enorme de sueños en desuso.
Un poco alegre un poco triste a veces, me parece que fue ayer cuando desvié mi camino del colegio al campo, apenas silabeando la lectura, la que luego pulí, como me pulí a mi mismo ya que siempre he dicho que ser campero, no quiere decir ser ignorante, la misma ciencia del campo daría como para llenar varios tratados.
Leí muchos libros, aprendí muchas cosas por mi propia cuenta, que el hombre es el arquitecto de sus horas.
Así, se me desbocó el reloj sin darme cuenta. Parece que salté sobre los años sin cautela.
Nunca tuve más norte que cumplir con mi deber, y soñar, soñar con un proyecto familiar que entre mate y cabalgata se fue haciendo cada vez más difuso. No hubo mujer que se quedara a flanquearme la existencia y a condecorarme con la dicha de ser padre. Mi vida y mi trabajo me relegaron a la pampa y aquí fui deshojando mi ilusión que quedó en “nada”. Las faenas, los amaneceres, las distancias me aferraron a la tierra arisca con terca obstinación y nunca he tenido la más mínima intención de arrepentirme, ni siquiera ahora, cuando mi jornada ha estado cargada de tragedia. Cuando parece que todo apunta a un desenlace francamente bravo.
¿Cómo pude subestimar tanto la tormenta? ¿Qué pasó?
Es muy tarde para recriminarme confié mucho en mi experiencia de años de baqueano y pensé – Un chubasco nomás.
Pero le erré con entusiasmo.
Calculé mal, eso fue todo, el temporal nos encerró en el cañadón. Mi oscuro fiel se empantanó en un gualve y se fue hundiendo despacito. No valieron mis esfuerzos, me quemó con su aliento cien veces, desesperado, mientras yo cada vez mas tieso por el frío con las lagrimas como cristales duros que me dolían en las pestañas, trataba de mantener su cabeza fuera del barrial y de la nieve que caía sin piedad, rápida, de costado, con enormes copos que me laceraban los pómulos.
Por fin lo deje solo, agotado y triste. Ahora ya debe estar cubierto por la nieve, como se cubrió mi rastro casi “altiro” cuando me alejé de allí, ahogado por la pena. Tenía que darme una oportunidad, pero no llegué muy lejos. El viento se pintó de blanco y por la magia negra de la tempestad se hizo visible, me engañó estampando diabólicas formas en el aire, trompos locos, genios, rostros, abismos insondables que me desviaron una y otra vez mientras el imán del frío y el cansancio me sorbía toda la potencia de la sangre.
Y aquí me quedé. No quiero ser pesimista pero parece que no tengo ninguna salida.
La tumba blanca gravita sobre la triste mancha que soy en este mapa.
Todo esto por unas cuantas ovejas descarriadas que ahora deben estar muertas. O tal vez solo tapadas por los copos. Las ovejas resisten más que el hombre. Respirando por agujeros en la nieve, masticando mutuamente la insipidez de su propia lana, permanecen sepultadas por semanas enteras, hasta que alguien escarbando logra dar con ellas y las salva. En cambio un hombre, amo y rey del universo, solo se apaga.
Y eso he sido, un ovejero y ante todo un hombre, especie superior en el planeta pero menos inteligente que sus perros y más débil que una oveja…
Debo estar agradecido que la naturaleza haya permitido que me integre a su collage.
No hay contraste sobre la inmensa pampa, todo es blanco
Yo que siempre pensé que nada podría detenerme el paso, sin darme cuenta me encontré tendido tratando de balbucear estas palabras. Sin poder mover mis labios las dejo resonar en mi mente y ellas parecen escapar rebotando en los promontorios del invierno. Y sigue nevando.
Que me perdonen los que no veré crecer, y también los que no veré morir.
No se cuanto tiempo ha transcurrido.
Ahora ya casi puedo verme a mí mismo yaciendo de costado en la sabana pampeana, son como visiones que van y vienen y me dan ganas de reírme: Que curioso, mi bota izquierda está fuera de la nieve y se ve ajada, vieja. Sin duda necesita reparación urgente. Veo mi rostro también, pálido, mi barba congelada y blanca. Soy como un pascuero caído, derrotado, detenido en pleno vuelo por un tiro, un hondazo o qué se yo. Y esta vez me río sin escuchar el sonido de mi risa, que parece estar envuelta en algodones.
Cuando todo esto termine….
¿Dónde quedaré? ¿Qué seré?.
Yo que solo fui un peón humilde. Yo que nunca tuve miedo a ser lo poco que con suerte pude ser, yo que no aprendí a rezar para no distraer a Dios de sus asuntos, ahora solo le pido esto.
Quiero quedarme
Ser tal vez una ráfaga que deshilache las ramas de las lengas en la primavera o un torbellino que sacuda las bandadas de caiquenes. Tal vez ser galope invisible en las sombras, reflejo en el hielo, luz mala que desorienta y pinta sombras de inquietud bajo el sombrero de los viajeros nocturnos de mi llano. De este llano que he amado con todo el corazón.
O si Dios me da el permiso y me devuelve mi caballo, cabalgaré al trasluz, en la brecha que queda entre la muerte del día y el nacimiento de la noche, donde todo es de oro.
Cuando el rayo del crepúsculo no llegue a despuntar la lanza de la sombra, me moveré bajo el agua liviana de la brisa, seré un destello en la agonía de la niebla. Los carámbanos en los techos de los ranchos, rasgaran el poncho ondulante que me prestó el viento y entonces el sur será un potrero, en el que seguiré por siempre, vigilando enormes majadas invisibles.
Iván Rojel Figueroa
Cuento ganador Mención Honrosa Nacional en Concurso “Antonio Pigafetta” organizado por la Universidad de Magallanes y la Sociedad de Escritores el año 2006, pertenece al libro "Rastro en el coirón"
EL VIEJO
Bajo el azote de la ventisca brava los cuatro se movían lentamente por el dorso de una loma desnuda. La pampa más que nunca parecía inabarcable y el viejo apretaba el poncho desgastado sobre el pecho hundido con manos huesudas como garras. Detrás del caballo famélico, los dos perros caminaban casi por inercia con el pelaje revuelto por el viento helado. El paisaje parecía muerto con unos cuantos árboles desnudos desparramados por doquier. Las matas negras cubrían a trechos las hondonadas como oscuros retazos de nubes tormentosas caídos en la estepa. El cielo era espeso y el día gris transitaba derrotado hacía el inicio del invierno, dejando al otoño olvidado y pisoteado junto con las hojas apelmazadas en el suelo. La tierra temblaba esperando el contacto de las tormentas que ya preparaban su blanca maldición gravitando en el ambiente. El viejo temblaba y transmitía ese temblor irrefrenable a su caballo aún más viejo y los dos perros con los ojos oscuros y sin brillo parecían sombras tambaleantes, despojos de lo que alguna vez fueron buenos ovejeros.
Los cuatro cruzaban por el llano frío empujados por el acicate de la necesidad. Jubilados por la vida y el trabajo, mas, privados de pensiones y justicia, el hambre era mas fuerte en el pueblo y debieron regresar; el viejo por delante rogándole al patrón. Aún podía, tenía fuerzas para ensillar el pingo, conocía los campos, aunque el hilo de sus pensamientos en ocasiones se cortara y sintiera la sensación de que su mente estaba envuelta en algodones que no le permitían ver las imágenes con claridad. A veces no recordaba ni los nombres de sus perros, pero era lo de menos, ellos también ya casi no respondían a esos nombres.
- Trae los borregos que se quedaron en el campo grande y después hablamos- Había dicho el patrón sin corazón, mientras echaba humo con su pipa de marfil.
“El Pinta, el Siete”, el viejo repetía los nombres de los perros mentalmente una y otra vez sobre el caballo temiendo que se le volaran del pensamiento como dos mariposas invernales.
Ahora los usaba como un indicador de lucidez. Mientras los recordara podría estar tranquilo. Su mente no sería como un corral roto donde los pensamientos se le desbandaban como ovejas hacia cualquier parte.
La loma se despeñaba suave sobre el llano erizado de coirón mientras la lluvia abría sus compuertas entre las nubes densas. Ya era tarde. Encontrar a los borregos en aquel enorme campo, era como hallar una aguja en pajar. El patrón debía comprender. Descansaría solo un poco y volvería a salir en la mañana.
Se detuvo mirando en todas direcciones. Buscaba algún indicio que lo llevara de vuelta a la senda que conducía al rancho. La lluvia bajaba de costado acribillando el mundo con gruesos goterones. El viejo pareció encontrar lo que buscaba y se dirigió despacio hacia un árbol solitario. Al llegar, una sensación inmensa de soledad y angustia lo invadió. El camino no pasaba por ahí. Buscó en su mente las palabras salvadoras que le indicaban que sus sentidos no se habían embotado, que podría recordar el camino de regreso. Y solo...
- Pinta...
El otro nombre era un vacío oscuro. Un vacío que se difundía por su cuerpo entumecido y calado por la lluvia.
El viejo recorrió con desesperación la difusa extensión de su memoria inútilmente, luego giró despacio la cara descompuesta hacia los perros empapados detenidos cerca de las patas del caballo:
- Pinta...- dijo con voz ahogada y soltando las riendas dejó escapar un tímido sollozo y se inclinó sobre la tuza.
El caballo avanzó un trecho y se quedó quieto bajo el árbol para guarecerse. El viejo con las lágrimas borradas por los goterones de la lluvia, se deslizó despacio por el flanco y se acurrucó cerca del tronco. Le parecía que un cuchillo le atravesaba lentamente el pecho. Solo quería descansar un rato. De a poco, un agotamiento dulce reemplazó al dolor y le hizo olvidar las bofetadas del viento y de la lluvia. Luego, mientras sentía que una brisa tibia le envolvía las manos y la barba, despegó los labios con dificultad y balbuceando “Pinta” y “Siete”, esbozó una leve sonrisa y comenzó a dormirse.
Los dos perros se acercaron y se echaron a sus pies.
Iván Rojel Figueroa